Desde esta perspectiva, cada ciudad puede ser entendida como un palimpsesto,  aquellos antiguos manuscritos que reutilizaban pergaminos anteriores que, aunque habían intentado ser borrados, todavía conservan rastros de otras escrituras anteriores en la misma superficie. En lenguaje prosaico: escribir, indefinidamente, sobre lo ya está escrito en un mismo papel.

A veces las huellas urbanas acaban difuminándose, conservándose como restos indelebles que se yuxtaponen sin anular los anteriores. En ocasiones, si la historia de la ciudad así lo demanda, algunas trazas llegan a desaparecer, pero mantienen su presencia como ecos que en su día condicionaron lo que hoy prevalece. Desde la antigüedad, como si de un ejemplo de reciclaje y mesura se tratase, así es como se han ido reescribiendo las ciudades.

No obstante, en ese proceso, la barbarie y falta de criterio – a menudo derivada de diferencias culturales y/o religiosas que terminaron en cruentas guerras – llevaron en múltiples ocasiones a borrar del mapa un patrimonio de valor incalculable. Si bien es cierto que, por el motivo que sea, no hay que permitir que algo similar vuelva a suceder, también lo es que la obsesión de algunos por la preservación a toda costa de algo por el mero hecho de ser antiguo, puede llegar a ocasionar graves daños al futuro  de una ciudad.  La ciudad es dinámica, en constante evolución, y como tal ha de tratase.
Desgraciadamente, y salvo raras excepciones, en la entrada de este nuevo milenio nos hemos olvidado de reescribir. Tal vez haya sido por desconocimiento de cómo hacerlo, quizá por vaguería y ansias especulativas, o alomejor simplemente por temor a difuminar en el futuro unas huellas que, en muchas ocasiones, se han dado una importancia mayor de la que debería. Siempre que se haga con rigor y sensatez, no hay que tener miedo a involucrar los restos de un pasado, remoto o reciente, en nuevos edificios y/o actuaciones en la ciudad. Ésta – y la arquitectura en general–,  adquiere profundidad y riqueza cuando es capaz de absorber y reflejar su historia.
Afortunadamente, a pesar de que la capa que nos toca escribir se ha comenzado a redactar – a grandes rasgos -, con pésima letra, espantosa ortografía y con una alarmante falta de ideas, desde aquí así se cree firmemente que aún estamos a tiempo de enderezar el rumbo…

Fotografías /// Henri-Jacobs PhD (o1 y o2), Joe Hester (o3)  y Fernando Alda (o5)