Fulguritas, las rocas creadas por la caída de rayos sobre la arena
Fulgurita en una playa australiana / foto medioambiente.org
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A lo largo de los siglos muchas culturas interpretaron el hallazgo de piedras pulimentadas, generalmente de forma puntiaguda, como objetos de origen celeste, producidas por rayos al caer a la Tierra. Se les atribuían propiedades curativas y pasaron a la mitología propia de cada lugar como tales con diferentes nombres.
En Japón se las denominó piedras de trueno, en Suecia mallas de Thor, en la India flechas de rayo, los romanos las llamaban ceraunias y los griegos astropelekia (hachas del cielo). A partir del siglo XVI varios autores empiezan a mostrar sus dudas al respecto, y hoy sabemos que todas esas piedras eran de origen humano: hachas paleolíticas, bifaces, y herramientas neolíticas.
Pero el caso es que también sabemos que existe un tipo de roca metamórfica que se crea por la caída de rayos. Son poco frecuentes y muy difíciles de encontrar, extraer y conservar, debido a su fragilidad. Aun así algunos ejemplares se guardan en museos y colecciones científicas de todo el mundo.
Fulguritas de Florida / foto Tonya Miller Blackwell en Wikimedia Commons
Se la denomina Fulgurita y está compuesta por sílice vitrificada en forma de tubo alargado, que se forma cuando un rayo cae sobre un suelo arenoso y se propaga por la arena de cuarzo fundiendo y vitrificando los granos. Esto es posible por las altas temperaturas que se alcanzan, de hasta 4.000 grados centígrados, penetrando el rayo hasta una profundidad de 15 metros y formando los tubos de fulgurita, que suelen tener entre 2 y 50 milímetros de diámetro.
El color de las fulguritas depende de la composición del suelo y de sus impurezas químicas. La mayoría suelen ser grises en diversas tonalidades, aunque elementos como el hierro pueden darle una coloración verdosa, y otros materiales le otorgan un aspecto broncíneo e incluso blanco translúcido.Tubos de fulgurita / foto John Alan Elson en Wikimedia Commons
El primer descubrimiento documentado de una fulgurita lo realizó David Hermann en Alemania en 1706. Desde entonces se han hallado en prácticamente todo el mundo, incluso en lugares como el Sahara, donde hoy en día hay poca actividad de relámpagos. Por ello pueden ser usadas como indicadores paleoambientales, en el caso africano confirmando que en tiempos prehistóricos la condiciones eran muy diferentes en esa región.
La masa de fulgurita más grande conocida se recuperó en la localidad de Winans Lake, Michigan, y se extendía a lo largo de unos 30 metros. No obstante la pieza mayor de esta masa mide 4,88 metros de longitud. Darwin, en su obra El viaje del Beagle recoge que los tubos de fulgurita de Drigg, en Cumberland, Reino Unido, tenían una longitud de 9,1 metros. El ejemplar más antiguo encontrado se ha datado en unos 250 millones de años.
Fulguritas de Argelia / foto Stickpen en Wikimedia Commons
El tipo más habitual de fulgurita es el de arena de playa, que se forma cuando un rayo golpea directamente la arena creando tubos naturales de vidrio huecos. Para ello es necesario que la temperatura sobrepase los 1.800 grados centígrados durante al menos un segundo, lapso de tiempo en el que se fusionan los granos, dejando evidencia de la trayectoria del relámpago y su dispersión sobre la superficie o en tierra.
Dado que es la electricidad lo que provoca su formación, también existen fulguritas creadas por las líneas eléctricas de alta tensión. Esto ocurre cuando los cables se rompen y caen sobre un suelo arenoso, formándose vetas de coloridos tubos en superficie.
Fuentes: The Agatelady / Lightning Makes Glass (Vladimir A.Rakov) / Allpe Medio Ambiente / Wikipedia.
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